Oporto, como Granada y tantas ciudades, tiene algo en común con la carrera de ciertas actrices. De repente hacen un papel estelar en una película magistral, y ese éxito las marca. Encasilladas en aquello que las hizo famosas, los viajeros repiten una y otra vez los mismo tópicos y palabras.
Alma de fado, saudade, atlántica, alma de Portugal, tradicional, vieja, con el encanto de lo decadente… Y no se trata de que sea mentira, es cierto que tiene todo eso y es maravilloso. Pero a veces parece que para los que viajamos es más importante corraborar los dichos, ser uno más, estar de acuerdo. Pero, ¿ y qué opinan las ciudades de todo eso? ¿Es así como se viven y se sienten ellas mismas, correspondiendo a los tópicos turísticos?
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Oporto, joven y moderna.
A mí fue una ciudad que me sorprendió muchísimo. Porque por una parte hice el obligatorio paseo de cruzar el Puente de Don Luis I, precisamente desde el que tomé esta foto a la puesta de sol. Y contemplando el casco histórico desde la ribera de Gaia, al anochecer, sentí todas estas cosas que le han dado fama. Su belleza antigua, su aire decadente, su frialdad atlántica, la imagen melancólica de sus torres entre la neblina que la empezaba a invadir…
Pero al patearla los días siguientes, si alguien me preguntara qué me pareció Oporto, le diría que joven y moderna. Moderna no en el sentido de nueva, ni de arquitectura vanguardista; sino en el sentido de una ciudad que muestra diseño, actualidad y tendencia en sus calles: el interiorismo de sus tiendas, el grafismo tan presente en las calles, la «filosofía» de varias cafeterías y sitios para comer algo. Las ilustraciones gigantes que suponen sus murales, el arte callejero. El diseño gráfico presente en simples papeles fotocopiados de colores pegados en puertas de locales y farolas, anunciando una fiesta, un evento, microteatro, exposiciones en bares, proyecciones, etc…
Andar por los barrios turísticos es sorprenderse de cómo la ciudad vieja alberga joyas de negocios montados con mucho talento, mucha imaginación, y pocos recursos. Y las omnipresentes fotocopias que transmiten una imagen vibrante y juvenil de la ciudad: siempre parece que pasa algo, que hay cosas por ver y por hacer. Todo ciudadano, todo callejero, no oficial.
Así que creo que es importante viajar con los ojos abiertos, y no quedarnos con aquello que ha hecho famoso una ciudad. Como granadino, estoy hasta el gorro de escuchar lo del embrujo y el hechizo moro… Y supongo que algo así debe pasar en ese Oporto, que vibra de vida y de ideas y que tiene más de electrónico que de fado.
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