De acuerdo, Bunaken no es un nombre conocido excepto quizás en el mundo del buceo. Una pequeñísima isla tropical de Indonesia, en Sulawesi, repleta de centros de buceo; y donde poco o nada más se puede hacer. Los fondos marinos son lo que le han dado algo de fama en el mundo turístico.
Y en ese saco de lo turístico caen relegados a la mueca no sólo hoteles y cruceros, si no las personas que viven y trabajan en ellos, y lugares enteros. Pero no todos los turistas somos iguales, ni todos los sitios que reciben viajeros caen en lo estándar. Todo tiene una historia que contar, y esta pequeña isla frente a Manado también.

Bunaken más allá del buceo.
Que no haya mucho más que hacer excepto sumergirse no es un defecto, mucho menos cuando sus bancos de coral y vida asociada se encuentran entre los mejores del mundo. Basta unas gafas y un tubo para asombrarse con la explosiva actividad submarina.
Sin embargo paseando por el laberíntico encaje de calles, charlando con algunos de sus vecinos, uno empieza a recuperar la visión de una identidad propia empañada por la dedicación al turismo.
Las calles de la isla.
Bunaken, pequeña y amable como un pastelillo, tiene su alma. Un alma de modorra de siesta de verano, de casas abigarradas y rejas pintadas en colores claros. Un camino de baldosas rojas salpicado de parcelas, árboles y macetas, desde el que se contempla el quehacer diario de las casas, que no se ocultan con cortinas ni persianas.
La vida es callejera y comunitaria. Las casetas alicatadas de las tumbas aparecen sin importancia frente a la entrada del resort. Imágenes de Cristo en las puertas, arcos de bambú en las calles. Una visión verbenera y sonriente de la rutina, acompañada de los estridentes karaokes que suelen animar las celebraciones de los isleños.
Un pasado colonial.
Los porches con columnas y los sillones Luis XV recuerdan un pasado colonial que ha quedado interiorizado en el presente. Incluso se materializa en alguna casa en ruinas del periodo holandés, hija mestiza de la escalera abalaustrada europea, y las paredes de madera tradicionales de Sulawesi. Una mezcla extraña y tremendamente atractiva; y como todas las casas abandonadas, evocadora.
También la iglesia protestante es herencia holandesa, pintoresca de día y algo siniestra por la noche. El austero neogótico y las severas nervaduras de las torres, no pueden ser más contrarios al aire tropical, femenino, sensual que transmite la isla.
De los portugueses han quedado palabras en el idioma propio de la isla (sí, Bunaken con sus apenas 5 km de largo, tiene idioma propio): cadera para silla, chapeo para sombrero… También se adivina en los bailes de bodas y en las preciosas canciones tradicionales, que los locales tocan con guitarras arrastrando las notas como los hawaianos; y como ellos, cantando fundamentalmente al amor. Y acompañado por el juguetón bajo local, un instrumento casero formado por un cajón de madera y un mástil con 4 cuerdas.
La dulce Bunaken.
Como suele ocurrir con las islas, Bunaken es un universo particular, cálido y cercano como la sonrisa de sus habitantes.
Un pequeño paraíso de manglares, bananeros y colores pastel. La vida más allá de los espectaculares arrecifes de coral y las animadas noches improvisadas de guitarras y vino de palma.
La jungla a la sombra del volcán, la deslumbrante belleza de sus puestas de sol. La vida ralentizada de una Bunaken que sabe a jugo de caña.
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